Imágenes que educan: el cine como motor de conciencia social
- Reflexión sobre el cine como herramienta para formar conciencia social en el aula
Tijuana, B. C., a 09 de octubre de 2025.- El cine como herramienta formativa y crítica fue el eje central de la conferencia «Imágenes que educan: la potencia del cine como relato formativo», impartida por el doctor Tomás Armando Ávila Rodríguez, académico de la Universidad Pedagógica del Estado de Chihuahua, durante el segundo día del Congreso Regional de Educación y Pedagogía organizado por la Universidad de Tijuana CUT.
En su intervención, Ávila reflexionó sobre el papel de las imágenes en la construcción de imaginarios sociales y su influencia en la educación, cuestionando si el cine puede contribuir a formar mejores docentes y ciudadanos críticos ante las narrativas dominantes del capitalismo.
Durante su exposición, el doctor Ávila Rodríguez partió de la obra “El cine, ¿puede hacernos mejores?” de Stanley Cavell para plantear una pregunta provocadora: ¿puede el cine hacernos mejores profesores? Desde esta inquietud, abordó el poder de la imagen como lenguaje dominante en la cultura contemporánea, citando a la filósofa Andrea Soto Calderón, quien advierte sobre la “infoxicación” visual que genera una mirada cansada y una escasez de imágenes verdaderamente significativas.
Tomás Ávila destacó que el cine, más allá de ser un espectáculo, es también una industria cultural que reproduce ideologías y perpetúa estructuras de poder. Retomando a pensadores como Guy Debord, Theodor Adorno y Max Horkheimer, explicó cómo el cine comercial, especialmente el producido en Hollywood, tiende a ofrecer narrativas previsibles que refuerzan el statu quo, convirtiendo el entretenimiento en una extensión del sistema capitalista.
A través del análisis de películas como No mires arriba, el académico ilustró cómo el cine puede evidenciar la indiferencia social ante las crisis, la manipulación mediática y la banalización de lo esencial. En este sentido, subrayó que el verdadero potencial del cine radica en su capacidad para activar la imaginación, provocar la reflexión crítica y abrir posibilidades para imaginar futuros alternativos, en contraposición a la distopía dominante.
Profundizó en las múltiples dimensiones del cine, más allá de su carácter de espectáculo o industria cultural. Desde la teoría crítica, especialmente a través de Herbert Marcuse y su obra El hombre unidimensional, el cine como entretenimiento fue analizado como un mecanismo de control social que ofrece evasión y consuelo, pero que también puede neutralizar el pensamiento crítico. Las películas, al presentar mundos donde el bien siempre triunfa y los conflictos se resuelven fácilmente, refuerzan la idea de que el cambio social es imposible, cerrando la puerta a alternativas reales.
Sin embargo, Tomás Ávila destacó que existen definiciones más complejas y profundas del cine, como la que lo concibe como arte. Christian Metz lo describe como “un arte que quiere ser lenguaje al interior de un lenguaje que quiere ser arte”, subrayando la relación entre estética y comunicación. Adorno, por su parte, sostiene que el arte auténtico conserva un potencial crítico en su autonomía formal, lo que permite al cine convertirse en un espacio de resistencia simbólica.
Películas como La Dolce Vita de Fellini, Stalker de Tarkovsky o Parásitos de Bong Joon-ho fueron citadas como ejemplos de cine de arte que trasciende el entretenimiento para interpelar al espectador desde lo estético, lo emocional y lo político. Walter Benjamin, en su ensayo “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, también reconocía en el cine un potencial emancipador cuando se aleja de la lógica del consumo pasivo.
Una de las definiciones más conmovedoras que Ávila compartió fue la del cine como Diván del pobre, retomada por Félix Guattari. En esta visión, el cine se convierte en un espacio terapéutico colectivo, donde las clases populares pueden proyectar sus deseos, frustraciones y sueños. Películas como Nomadland (2020), que retrata la vida de una mujer en situación de precariedad laboral y habitacional, permiten al espectador identificarse con las tensiones sociales y encontrar consuelo emocional en la representación de sus propias vivencias.
Este tipo de cine, que se aleja del espectáculo mediático neoliberal, no busca mercantilizar el sufrimiento, sino visibilizar y dignificarlo. Ejemplos como Yo, Daniel Blake o Pan y Rosas de Ken Loach muestran cómo el cine puede ser un espacio de resistencia, donde se dramatiza el conflicto entre la opresión económica y la dignidad humana.
Tomás Ávila citó al filósofo Jacques Rancière, quien en El espectador emancipado propone una pedagogía que rompe con la jerarquía entre el maestro y el alumno, promoviendo la autonomía del aprendizaje a través del juego, el ocio y el arte. En este sentido, el cine se convierte en una herramienta educativa poderosa, capaz de transformar la percepción, despertar la empatía y fomentar la reflexión crítica. Educar, concluyó Ávila, no es solo llenar cabezas, sino también abrir corazones.
Abordó el papel del cine como herramienta pedagógica capaz de articular lo estético, lo ético y lo didáctico en el aula. Las películas, señaló, permiten visibilizar conflictos sociales, dilemas éticos y tensiones contemporáneas como la desigualdad, el racismo, el género o el medio ambiente. Desde la perspectiva de Paulo Freire, esto es fundamental: la escuela debe formar estudiantes críticos, no consumidores pasivos, capaces de interpretar, juzgar y debatir la realidad.
El cine, con su diversidad de géneros, estilos, idiomas y narrativas, se adapta a distintos estilos de aprendizaje y contextos culturales, ofreciendo una experiencia educativa rica y plural. A través de sus historias, plantea dilemas entre lo legal y lo justo, visibiliza la responsabilidad, la libertad de elección y el compromiso ético. El pedagogo francés Philippe Meirieu llama a esto “responsabilidad pedagógica”: el educador debe elegir contenidos que humanicen y promuevan la acción ética.
Para que el cine no se reduzca a un recurso de evasión, como cuando se proyecta una película solo para “no dar clase”, Ávila Rodríguez propone una metodología que convierta la experiencia cinematográfica en una práctica transformadora.
Lo anterior incluye tres ejes. El primero corresponde a proyección, reflexión y diálogo. Ver películas con los estudiantes y abrir espacios de conversación con preguntas abiertas que inviten a explorar emociones, juicios y dilemas éticos. El segundo se refiere a la producción y creación: fomentar que los alumnos generen contenido propio como cortometrajes, reseñas, entrevistas, para desarrollar autonomía y creatividad. Y, el tercero, a la comparación cultural: utilizar películas de distintas culturas para ampliar la mirada, generar empatía y promover la comprensión de la diversidad.
El cine puede conectar múltiples disciplinas: historia, ética, filosofía, literatura, ciencias sociales, en una sola obra, lo que lo convierte en un recurso pedagógico transversal. Sin embargo, también requiere una ética en su uso: no basta con que el contenido sea potente, debe ser sensible y veraz frente al sufrimiento humano.
El doctor Ávila destacó dos metodologías para integrar el cine en el aula: la triangulación de Ana Mae Barbosa y la iconopedagogía de César Carrizales Retamosa, sobre la cual profundizó. Esta última propone una relación dialéctica entre espectador e imagen, donde la imaginación permite construir nuevos imaginarios sociales. La iconopedagogía considera las imágenes —fotografías, cine, publicidad, arte— como herramientas educativas que pueden ser analizadas críticamente para formar sujetos conscientes y críticos.
Carrizales plantea que el cine tiene el poder de configurar la formación del espectador, al estimular su sensibilidad, razón y subjetividad. En este sentido, el cine en el aula se convierte en un dispositivo pedagógico que permite trastocar la identidad personal, rescatar al sujeto de la alienación y fomentar una lectura crítica de las imágenes que lo rodean.
Así, el cine no solo entretiene: educa, transforma y humaniza. Su inclusión en el aula, bajo metodologías como la iconopedagogía, abre la posibilidad de formar estudiantes más sensibles, críticos y comprometidos con la realidad que los rodea.
La conferencia del doctor Tomás Armando Ávila Rodríguez culminó con una reflexión profunda sobre el papel del cine en la formación de sujetos críticos, sensibles y éticamente comprometidos. Su capacidad para entrelazar teoría pedagógica, filosofía, estética y análisis cinematográfico dejó una impresión significativa entre los asistentes al Congreso Regional de Educación y Pedagogía de la Universidad de Tijuana CUT.
Al finalizar su participación, la maestra María del Rosario Armenta Ruíz, coordinadora operativa de la Licenciatura en Ciencias de la Educación, entregó al doctor Ávila un reconocimiento por su valiosa intervención en el Congreso. El académico, originario del estado de Chihuahua, se ha distinguido por su trabajo en pedagogía crítica, formación docente y estudios sobre cultura visual, siendo un referente nacional en el análisis del cine como recurso formativo. Su presencia en el evento reafirmó el compromiso de la Universidad de Tijuana con una educación humanista, reflexiva y abierta al diálogo interdisciplinario.